RICARDO IBARRA
Comenzó en internet. El repudio y hartazgo que sienten los ciudadanos hacia los políticos inició en la web. Quizá quienes conformaron grupos y foros virtuales, hasta blogs, creyeron que no llegarían a tanto, quizá sí. Pero lo hicieron. El movimiento civil que impulsa el voto nulo ya logró atraer los micrófonos y plumas de los grandes consorcios de comunicación en el país, que los partidos políticos y el IFE intensifiquen la promoción del voto, y que los candidatos, funcionarios públicos y algunos columnistas los hayan señalado como antidemócratas, ignorantes y hasta vándalos.
El mundo virtual saltó a la realidad y a las esferas políticas. Pero esto no debería ser un logro.
Hay mucho qué decir sobre el voto nulo: que si es efectivo, que si es un retroceso, que si beneficia a la derecha o a los vigentes y nunca exterminados grupos del poder. Mucho. Una discusión de varias horas que no tendría conclusiones.
El voto nulo tendría sentido sólo si el repudio y el hartazgo manifiestado por quienes impulsan este ejercicio electoral logre cambios significativos para las próximas elecciones y administraciones públicas futuras, y que proporcione beneficios reales para los miles, y probablemente millones de jaliscienses y mexicanos cansados de una clase política inepta, que lo único que hace cuando arriba al poder, es velar por sus propios intereses y los de su grupo.
Está bien. Es hora de que los ciudadanos conformemos una organización que nos permita la conquista de ciertos derechos. Y es aquí donde recae el problema: quién o quiénes continuarán, después del 5 de julio, con los necesarios ajustes al sistema político, electoral y constitucional del país; qué tanto están organizados quienes promueven el voto nulo; cómo evitarían que se filtren en el movimiento otros grupos políticos encubiertos; cómo ese mecanismo, de votar nulo a políticos que han sido nulos, nos traerá un adelanto evolutivo a nuestro arcaico sistema de gobierno. Esas son las preguntas que hace falta responder, para que los indecisos, tomen su decisión, ya sea por el voto nulo, la abstención, el cambio de partido o votar por el de siempre.
Los promotores del voto nulo ya han vertido algunos conceptos, como la desaparición de las diputaciones plurinominales, las candidaturas independientes y comunes, revocación de mandato, plebiscito, referéndum y financiamiento de campañas al 50 por ciento por parte de los partidos, y por qué no, que a los partidos con mayores candidatos colocados en la elección les retiren un porcentaje de su presupuesto para derivarlo a las distintas necesidades ciudadanas, como servicios públicos y mejora de espacios comunes.
No están mal las propuestas, podrían mejorar el sistema de elección y de gobierno. Pero una vez más, ¿quiénes darán seguimiento al movimiento del voto nulo?, ¿quién financiará o financía ya esta campaña?. Pregunto esto, para estar convencidos de que el voto nulo será una buena apuesta en las próximas elecciones.
Si fue válido que hace exactamente un siglo, Francisco I. Madero, transgrediera la dictadura porfirista con su llamado al sufragio efectivo, no reelección, es válido que hoy, la conciencia ciudadana, organice su rechazo a los políticos, sus programas y administraciones, con un voto nulo.
Las consecuencias y resultados están por verse.
Y más vale que quienes promocionan ahora el voto nulo sean responsables de llevar su inconformidad y descontento a otro nivel, es decir, que tengan un plan de trabajo para después del 5 de julio.