Quietud callejera

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Estaba sorprendido. Lo corriente es el ruido, la saturación de sonidos, el caos sonoro extendiéndose afuera del edificio que habito, allá abajo por las calles,  a la hora en que los platillos se ponen en la mesa. Pero hoy no. Y lo disfruto recorriendo estas líneas en la tranquilidad de mi casa, digiriendo los alimentos junto con esta sopa de letras. ¿por qué? Muy simple: ¡no hay camiones en la ciudad!

Es impresionante la cantidad de ruido que generan los camiones, ¡y aún así piden un aumento al precio del viaje!, además de la pésima calidad en el servicio.

La neta es que el gobierno de Jalisco y el ayuntamiento de Guadalajara debería poner a esos cuates en cintura. Y es que pretender vacunar a la población con ¡7 pesos!, es una jalada, en cualquier parte del mundo.

Qué saludable es vivir sin los camiones, la calidad del aire, de las ondulaciones, las vibraciones energéticas, etcétera.

Los ciudadanos de Guadalajara nos merecemos un mejor servicio de transporte público. Asomen la oreja a la calle y díganme si no.

Les gustó, ¿no? y eso que sólo hicieron los transportistas un paro a medias, con alrededor de mil 700 vehículos transitando toda la zona metropolitana de Guadalajara.

A ver señores del gobierno… qué pasó con la ampliación del tren eléctrico urbano, un metro, más y mejores servicios de movilidad.

Pónganse a trabajar, que la verdad, estoy muy a gusto en casa, sin los alaridos de los pésimos motores de circulación masiva.

Una advertencia también a los usuarios del transporte público: ¡No se dejen!

Digna rabia

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Mural pintado en la fachada de una de las tiendas comunitarias de Oventic, en Chiapas, también conocido como Caracol II. (foto Ricardo Ibarra)

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RICARDO IBARRA

Estuve en Chiapas. Recorrí practicamente todo el estado, al menos, los sitios mejor reconocidos por turistas extranjeros, principalmente: Palenque,  San Cristóbal de las Casas, Chiapa de Corzo, Yaxhilán, Bonampak. De esta ruta destaco lo que es quizá la caracterñistica más notable de este territorio, su exuberante entorno natural casi siempre verde y la condición miserable de sus pobladores.

En los paseos por carretera es inevitable reconocer los asentamientos rebeldes delos zapatistas, que revelan al viajero su presencia por medio de letreros que dicen algo así como Territorio zapatista en rebeldía o las leyendas ya conocidas, Para todos todo, para nosotros nada. Y por supuesto que destacan por el color de las primeras fachadas de las casas junto a la vía, pintadas con los diseños del pasamontañas, el rifle, la pañoleta roja cubriendo la mitad del rostro dejando entrever unos ojos grandes, negros, luminosos y melancólicos.

Entre en la comunidad de Oventic, que es el Caracol II. Tuve primero que pedir permiso a los guardias que custodiaban uno a cada lado el portón de ingreso. Esperé alrededor de 30 minutos para que me abrieran una puerta hecha con palos y alambres. De ahí, pasé por tres cabañas de madera, donde me entrevistaron distintas autoridades zapatistas, todos con el rostro cubierto, que qué quería, a qué organización pertenecía, de dónde era, a qué me dedicaba. Y a todos contestaba lo mismo, Soy periodista, simplemente estoy de vacaciones, sólo tenía intenciones de conocer un territorio rebelde, tomar algunas fotografías, intercambiar gestos, palabras, saber cómo están.

Obtuve el permiso de tomar las fotografías.

En todo ese trayecto, de una autoridad a otra, me acompañaba un hombre con los ojos envueltos por el paño negro del pasamontañas, era viejo, lo noté en las largas barbas canosas que le estilaban aún por debajo del mascarón. en un diálogo entrecortado compartíamos pareceres. Me preguntaba si la gente de la ciudad tenía sufrimientos. Claro que sí, por supuesto, le contestaba. Y él me interpelaba, Pero tienen comida. Y yo,  Sí, hay comida. Aquí solamente frijol, tortilla, chile, agua, con eso se la lleva uno, con lo que da el campo, decía.

Y luego el silencio. La mirada de ambos en las montañas, extrañamente verdes, en invierno.

Las comunidades indígenas de Chiapas, a pesar del alzamiento zaptista en 1994, continúa al margen del Estado mexicano. Lo veo en las señoras y ancianas vestidas con sus vestidos de manta y los hilos de colores casi en harapos, con los pies descalzos, en las casas casi todas construidas con las maderas que brindan los montes y las hojas de palma como techo, a veces incluso en la educación o el odio que muestran los indígenas chiapanecos a los otros, llámense gringos, turistas, extranjeros, lo que sea diferente a ellos.

Chiapas es uno de los estados más miserables de México. Y quizá más aún por la presencia del Estado mexicano, por medio del ejército y los hgrupos paramilitares. En mi recorrido vi, fácil, unois 10 campamentos del ejército federal mexicano, algunos de ellos levantando bardas en torno al asentamiento, como preparándose para una instalación indefinida.

Uno de los contrastes que vi eran los anuncios del gobierno de Felipe Calderón con el signo «Para vivir mejor» cada uno de ellos ubicados a un costado de las carreteras, difundiendo la construcción de «pisos firmes» en comunidades chiapanecas, que obviamente no tenían vinculación con los zapatistas, como diciendo: Mira a ellos les instalamos piso en sus casas, ustedes quédewnse con su piso de tierra, si quieren.

Por esta pobreza y miseria es que los zaptistas se merecen el lema de la Digna rabia, con lo cual despertaron este nuevo (d) año 2009.

Aquí le dejo por ahora. Seguiremos contando…