Mexicanos corriente arriba

Dos empacadores del salmón cerca de glaciares. Foto RI

Ricardo Ibarra / Enviado especial

JUNEAU, Alaska – Cada año, el salmón regresa a su punto de origen, como parte de su ciclo natural de vida. También regresa Juan Rosas a Juneau, Alaska, como parte de su ciclo económico.

Cada junio desde hace ocho años llega Juan a esta pequeña ciudad del norte para trabajar en una añeja y arraigada empacadora de pescado ubicada ahí en el corazón de la comunidad. Luego, a principios de octubre, se va él a su punto de origen, un pueblo de Veracruz, México.

Juan Rosas tiene el cargo de ‘mayordomo’, dice, y aunque participa también dentro del proceso de empaquetado del salmón, desde limpiarlo, cortarlo y colocarlo en el interior de las cajas para su transportación, su especialidad es la preparación de la hueva del salmón: el caviar, una exquisitez que él llega a probar todos los días. «Hay que saber cómo está de sal», dice con el gesto serio.

Por su experiencia, cuenta con su propio equipo de trabajo, otros dos mexicanos: David Meza, con más de 40 años, y David Cervantes, apenas con 21.

La tarde del domingo 25 de septiembre estaban Juan y David en el departamento que habitan durante cuatro meses, cuando por la ventana notaron un inusual día soleado. Ante este inigualable clima en su día de descanso, y porque estaban por terminar su estancia aquí en Juneau, decidieron salir al centro a comer y pasear.

Los encuentro cruzando una de las estrechas calles, hablando en español. Transcurren unos minutos y pronto se ofrecen como guía de turistas. Mientras me lleven a una zona glaciar, cuentan que la empresa para la cual trabajan no sólo les presta durante la temporada el coche donde viajamos, también les proporciona la gasolina, el departamento y algunos alimentos, por lo que hacen rendir los más de $12,000 que obtienen en esta gélida aventura al norte.

«Nosotros llegamos con el salmón. Este año nos fue muy bien, hubo mucho trabajo». En este 2011 procesaron varias libras de pescado, «el mejor año de muchos», destaca Juan Rosas, lo cual significa para él, como empleado, mayores ganancias con las horas extra de trabajo.

El caviar es un producto fino y delicado. «A veces si te pasas un decigramo de sal ya se vuelve de clase B o C, y es cualquier cosa la diferencia para tener la calidad del A», describe Rosas frente al volante, orgulloso de su precisión.

Llegamos al Mendenhall Glacier, un área cubierta de hielo y glaciares, y a un costado de una corriente de agua señalan Juan y David los restos que dejó algún oso tras disfrutar un pescado. El tema es su pasión. Casi me hacen un experto en un par de horas. De vuelta pasamos por un criadero de salmones donde vemos los últimos peces regresar a ese lugar donde harán el nado final corriente arriba.

Apenas volvemos al auto, el paisaje antes brillante vuelve al grisáceo. Flota entre las montañas un arcoiris. «Ya ves, te dije que teníamos nomás un ratito de sol», recuerda Juan Rosas con sus ojos de miel y una piel que no pierde su temple costeño a pesar del frío y lo nublado.

Al día siguiente los veo a los dos en la empacadora. Trabajan junto con otros compañeros procedentes de Rusia y países del este de Europa. Ellos lucen sonrientes y contentos: son el centro de atención del fotógrafo. Y, bueno, a final de cuentas, trabajan sus últimos días en Alaska antes de volver al punto de origen.

En un lejano y frío lugar, Alaska

Paisaje cercano a la capital de Alaska, en Juneau. Foto RI

Ricardo Ibarra/ Enviado especial

JUNEAU, Alaska – Es el último día de la temporada turística en este lugar enclavado entre el bosque húmedo de las montañas y algunos canales del océano Pacífico, en el sureste de Alaska.

Como en una película, los comerciantes del primer cuadro empiezan a desocupar las tiendas como si se avecinara un temible monstruo, aunque podría ser algo parecido, cuando lo que viene es el invierno polar.

¿Qué hacen los hispanos en un lugar como éste, lejos del sol y el calor? Esta es la tierra prometida, según la señora Gloria Orozco, oriunda de Zacapu, Michoacán, y dueña del restaurante mexicano El Zarape. «Aquí no se tiene que preocupar uno cómo anda vestido o si está a la moda. Con que ande uno bien abrigado. Para los niños no hay antros. Sí tienen sus fiestas, que les organizan las escuelas. Y el negocio va bien. Este, para mí, es el paraíso», describe Orozco mientras prepara unos chiles rellenos, que dice, tiene que importar desde California porque acá no crecen. «Aquí hacemos lo que podemos con los ingredientes que hay».

Pero, ¿para quién prepara los alimentos esta señora, cuando la última embarcación cargada de turistas partió un día antes hacia el sur, a tierras más cálidas?

«No se crea,», responde Gloria, «aquí no llegan tanto los turistas, ellos llegan rápido a comprar chucherías, recuerditos, y se vuelven a subir rápido al barco. Mis clientes son más bien locales». Y sobre el frío: «se acostumbra uno», dice la señora, quien opera dos locales de comida mexicana en Juneau, con ayuda de su esposo, sus hijos e hijas, y hasta una sobrina californiana y amigas locales.

Los latinoamericanos que llegan a Alaska trabajan principalmente en el área de servicios, como en hoteles, restaurantes, hospitales o en la construcción, dice una mujer con más de 40 años en Juneau, nada más y nada menos que la esposa del alcalde, Guadalupe Álvarez, mejor conocida como Lupita. Nacida en la Ciudad de México, por casos del amor llegó a Juneau para quedarse y casarse.

«Yo era bailarina, así conocí a Bruce (Botelho, el alcalde). Anduvimos de gira en la misma compañía por todo el mundo. Nos enamoramos. Cuando llegué a Juneau era un día hermoso, soleado y brillante. Me enamoré del lugar. Nos casamos y así seguimos bailando juntos desde entonces», cuenta Lupita ahí en la oficina del alcalde donde, por cierto, todos hablan buen español, hasta la asistente.

A pesar de que Juneau es la capital política del estado, la mayor actividad de hispanos, reconoce Lupita, ocurre en Anchorage, donde hay más organización y coordinación entre ellos. Incluso, explica, los legisladores llegan a Juneau cada enero, a principios del año, trabajan en su agenda y en marzo están de vuelta en sus lugares de trabajo, en Anchorage, la mayoría.

Manuel Hernández, un microempresario nacido en Monterrey (México) que atiende en Choco, una boutique en el centro de Juneau, reconoce que la comunidad hispana es unida, aunque «por egos, nunca nos hemos podido organizar. Aquí hay muchos que se compran su camioneta del año y ya no te hablan. Sí falta trabajar más en eso», acepta y revira: «la verdad es que sin nosotros este lugar no tendría tanta vida, nosotros, los latinos, aportamos nuestra creatividad y originalidad».

Chilenos, argentinos, colombianos o mexicanos son la mayor cantidad de representantes de Latinoamérica por estos rumbos.

«Lo que pasa es que, mire», intenta explicar la dueña de El Zarape, la señora Gloria, «aquí hay muchos que se casan con los gringos y ya no se sienten dentro de la comunidad, se van haciendo como más ellos, más gringos».

Lo cual podría resultar cierto, cuando una guía de turistas colombiana refiere que no puede hablar sobre la comunidad hispana en Alaska, «porque yo conozco más de lo que es de acá».

En esta película, las calles estrechas de Juneau parecen cada vez más desoladas. Los aparadores de las joyerías no lucen el oro de Alaska que anuncian en los ventanales. Ni la tienda de souvenirs muestra más las camisetas con el 50% de descuento que invita a comprar casi toda la tienda. Poco a poco, Juneau se va convirtiendo más en un pueblo fantasmal. O mejor dicho, los habitantes locales empiezan a ganar más su territorio.

Varios mexicanos, a finales de septiembre y principios de octubre, abandonan sus puestos en las empacadoras de pescado y regresan a sus hogares en México, o siguen con la labor agrícola en estados como Washington o California.

Como dijo Lupita, la esposa del alcalde, casi todas las tiendas del primer recuadro pertenecen a las mismas compañías que operan los viajes turísticos: «se van los barcos y cierran las tiendas».

Así, hasta marzo, que regrese el salmón. Y los turistas. Y la vida.

Publicado en impreMedia

México bárbaro

Soldado custodia edificio de gobierno en centro de Guadalajara. Foto Ricardo Ibarra

Como en el porfiriato, esta época parece más una guerra de exterminio contra los pobres de México.

El reciente asesinato de Nepomuceno Moreno, un hombre que buscaba a su hijo secuestrado y que había denunciado a la policía de Sonora como los presuntos responsables, parece indicar que cualquier exigencia de justicia se paga con la muerte.

Lo más grave es que esto ocurre después de que el presidente de México, Felipe Calderón, respondió con amenazas legales a los 23,000 ciudadanos que lo demandaron ante la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad ocurridos en el contexto de su «guerra contra las drogas».

Qué dijo Calderón: «el Gobierno de la República explora todas las alternativas para proceder legalmente en contra de quienes las realizan (las acusaciones) en distintos foros e instancias nacionales e internacionales».

Una respuesta autoritaria con tintes dictatoriales y fascistas.

Un reporte de Human Rights Watch también evidencia la orgía sangrienta de policías y soldados mexicanos,con más de 200 casos de tortura, asesinato y desapariciones.

Opinión en El Mensajero

Mineras van a la caza de Wirikuta

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El escritor wixárika Gabriel Pacheco sentado en un peñasco de Cerro Quemado. Foto Ricardo Ibarra

La explotación minera desafía a una de las culturas más antiguas y conservadas de México: la del pueblo wixáritari

Ricardo Ibarra

Hasta nuestros días, un largo linaje de mara’acate wixárika (chamanes del pueblo huichol en México) ha logrado mantener sus costumbres y tradiciones: uno de ellos, el peregrinaje anual a Wirikuta, donde recolectan en ese desierto de San Luis Potosí, el jícuri (peyote).

Pero la sombra de la minería amenaza a una de las culturas milenarias mejor conservadas en México y América, pues el gobierno de Felipe Calderón entregó al menos 22 concesiones mineras a la empresa canadiense First Majestic Silver Corp, y a su prestanombre mexicano Real Bonanza, para abrir la tierra sagrada de Wirikuta y extraer plata en este paisaje único del planeta, del cual depende la continuidad de una ancestral tradición de familias wixáritari, según ha denunciado el Frente en Defensa de Wirikuta (FDW).

Es la vieja historia que cuenta la destrucción de una cultura nativa por parte de los saqueadores de minerales en este todavía rico continente americano. Aunque ahora, en pleno siglo XXI, y a la vista de miles que conocen el caso a través de los medios informativos y en las redes sociales.

El pueblo wixárika conformó el FDW para promover la protección de su paisaje sagrado. Organizaron una marcha a la Ciudad de México con la participación de miles. Entregaron cartas y documentos al presidente de México Felipe Calderón. En este año incluso viajaron a Canadá para charlar con los dirigentes de la empresa minera. Han conquistado el corazón y la conciencia de músicos y artistas.

Mas nada ha funcionado. La última respuesta de la administración de Calderón a una carta que el Frente entregó el pasado 27 de octubre en Los Pinos… fue que sus peticiones serían turnadas a diversas dependencias federales: Gobernación, Semarnat, Profepa, Secretaría de la reforma agraria, Dirección de minas, CDI. Es decir, más dilaciones, diluir el tema en el vacío de la burocracia mexicana.

¿Qué es Wirikuta?

«Wirikuta es el fundamento material y cultural sobre el que se basa la identidad del pueblo wixárika (huichol). La destrucción de Wirikuta implicaría la destrucción del pueblo wixarika como tal», explican los wixáritari en el sitio FrenteenDefensadeWirikuta.org

Es a este lugar adonde peregrinan cada año los aprendices de mara’acame (hombre de conocimiento). Es el espacio en el cual habitan los antepasados espirituales de la gente wixárika y donde según la historia oral de esta cultura, fue aquí donde surgió la Creación y donde nació el Sol.

«Esa es la madre sagrada, la tierra que da la energía, el fruto, la medicina», dijo a Radio Indígena el mara’acame wixárika, don José Ramírez, quien llegó a San Francisco desde el norte de Jalisco, precisamente para promover la protección de Wirikuta.

«Ese es el libro del mundo, de nuestro universo», continúa. «Es como nuestra colegiatura, porque ahí es donde aprendemos cómo seguir apoyando a nuestro mundo. Ahí recibimos la energía para seguir apoyando a nuestro universo».

Felipe Serio, vocero de la Unión Wixárika de Centros Ceremoniales, mencionó en la primera transmisión multimedia de Radio Indígena (por RadioIndigena.com): «Lo que nos amenaza en específico es nuestra cultura, nuestros sitios sagrados, nuestra historia, nuestra esencia. Quizá podemos hablar de un exterminio, podemos imaginar el fin de una creencia, de una cultura, un fin de la vida», si es que llegaran ingresar las mineras a la tierra de Wirikuta, dijo.Por su parte, Santos de la Cruz, del Frente en Defensa de WIrikuta, destacó la relevancia que tiene el desierto de San Luis Potosí: «Aquí es donde residen nuestras energías espirituales y toda la relación que nosotros tenemos con la Tierra, y por ello estamos preocupados de lo que hizo el Estado mexicano con el hecho de haber otorgado concesiones a una empresa minera canadiense».

Basta recordar que en 2008, con el presidente Felipe Calderón como testigo, cinco gobernadores de México firmaron el pacto Hauxamanaka, un compromiso para la preservación y el desarrollo de la cultura wixárika.

Lo rememoran las palabras del mismo presidente de México, Felipe Calderón, aquel 28 de abril de 2008: «En cumplimiento de la palabra empeñada por el gobierno federal se celebra un acuerdo muy importante que tiene que ver, precisamente, con la preservación de la cultura wixárika y con la preservación de los sitios sagrados y centros ceremoniales».

Este mismo mensaje, lo replica en su sitio de internet la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), que tampoco ha intervenido en este caso para cumplir así con su misión institucional.

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