Laguna de Valencia

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Epicentro Informativo

RICARDO IBARRA

Hace poco visité un lugar inmejorable en esta época invernal. Es el pueblo de San Pedro de Valencia, a sólo unos minutos de Guadalajara, y que tiene una laguna impresionante.

En esta época invernal, el agua quieta del lago se vuelve un espejo transparente que permite ver el cielo traslucido sin necesidad de alzar la vista ni rotar tanto el cuello para alcanzar a distinguir el multifacetico diluvio de colores de la bóveda celeste.

La zona metropolitana de Guadalajara tiene al suroeste, a tan solo unos kilómetros de distancia en automóvil, una laguna que a cualquiera le permite -por más estresado- relajar la vista y dejar profundizar los pensamientos en lo azul de sus aguas. Este sitio, agradable para la vista, es cercano a San Isidro Mazatepec, al cual se puede arribar por la carretera rumbo a Colima, que se alcanza por la desembocadura de la avenida Adolfo López Mateos y tras una vuelta a la derecha hacia la carretera a Tala. ¿Estamos?: avenida López Mateos, carretera a Colima, y luego el camino hacia Tala.
No está lejos. Del periferico a la superficie de la laguna son alrededor de 20 minutos.

Y vale la pena llegar, no sólo por el descanso visual que reciben los ojos cansados por tanto edificio, sino por la historia enterrada bajos sus cerros y en la palabra viva de sus moradores.

Gregori López es lanchero. Tiene 44 años: piel curtida por el sol, nativo de San Pedro de Valencia.  Me contó montón de historias sobre el lugar… que en 1854 ofrendadron los antiguos habitantes dos bebés vivos al lago para su conservación y mantenimiento, que una montaña es en realidad una pirámide que junto con los Guachimontones, ahí cercanos, formaban una inmensa megalópolis prehispánica, que en mitad del siglo 20 llegaban gringos a sacar tesoros de las paredes gruesas de una hacienda cercana y  que aun hay tesoros precioso bajo ciertos árboles viejos.

Los restaurantes asentados justo a la orilla de la laguna ofrecen una invariable lista de viandas acuáticas: pescado al ajo, a la diabla, tostadas de hueva, ceviche, caldos, y por supuesto, sudorosas cervezas para una mejor contemplación panorámica.  Además de que el buffet de todo eso esta a 70 pesos en casi todas las localidades. Y la neta es que el consumo ha descendido en estos recientes días de crisis, así que además del goce, apoyamos a los lugareños a conservar esta laguna.

Por ahí pasa el tren que cruza Jalisco hacia el norte y sur de México. Es constante, y largo. Traca traca traca. Pero si quiere un paseo en lancha, el señor Gregorio lo lleva a navegar sobre esa masa acuosa que reverbera la historia de Valencia en labios del propio lanchero.

Lo que si no le vaya a sorprender es la cantidad de jóvenes escandalosos que correrán hacia su auto apenas arribe, vociferando las ofertas que tienen en cada uno de los restaurantes de los cuales son delegados y representantes gritones.

De ahí en más, y de la música de banda que estalla desde las rocolas -y la cual suelo detestar, sobre todo porque ante esos paisajes pudiéramos apreciar otras capas sonoras-, en la laguna de Valencia, se vale despejar la contaminacion visual y sonora de una ajetreada metrópoli como la de Guadalajara, y dejarse llevar por sus ondulaciones, aún limpias, azulinas, casi transparentes..